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AUGUSTO DE PRIMA PORTA EL CORTADO DE JUSLIBOL RAMÓN J. SENDER EL PARQUE GRANDE EL TIBURÓN DEL HUERVA  EL ACUEDUCTO DE ZARAGOZA  CUAN LA CANDELERA PLORA, L'IBIERNO YA YE FORA LA CAMPANA DE LOS PERDIDOS LA TORRE DE BRUIL

Caesar Augusto, fundador de Caesaraugusta (tercera parte)

¿Sabías que… Caesar Augusto fue el primer emperador?

(tercera parte)
Segundo triunvirato
Marco Antonio
Las primeras disposiciones de Octavio fueron condenar a los asesinos de Julio César y después ir en busca de Antonio para tener con él una entrevista. Es de suponer que Cayo Octavio vería que no podía luchar en dos frentes y decidió proponerle un plan a Marco Antonio. De esta entrevista salió el segundo triunvirato (o alianza de tres hombres: Octavio, Antonio y Lépido) con el fin de restaurar el Estado. Entre los tres triunviros eliminaron a muchos senadores republicanos que podían ir en su contra, incluso a Cicerón, y así comenzaron las proscripciones hasta que quedaron muy pocos a favor de la antigua República. El dinero obtenido de las propiedades de aquellos que eran asesinados se empleaba en comprar armas y formar ejércitos y así se organizó la guerra contra Bruto y Casio, los asesinos de César, que cayeron en Filipos (Macedonia) en el año 42 a.C.


Después de esto, Antonio y Octavio se repartieron los territorios, Lépido contaba poco; el primero partió para Oriente y el segundo se quedó encargado de gobernar Italia.

Antonio pretendía realizar el sueño de Julio César que era la conquista de Asia, siguiendo los pasos de Alejandro Magno. En Tarso recibió a Cleopatra que se presentó con toda la pompa de reina y Antonio la siguió a Alejandría.

Al terminar el pacto del triunvirato (año 33 a.C.) el poder regresaba a los magistrados ordinarios y así fueron nombrados dos cónsules. Octavio se dio cuenta de que eran partidarios de Marco Antonio y que podían perjudicarle y respondió con un nuevo golpe de Estado presentándose en el Senado con una escolta armada, los cónsules, entonces, huyeron de Roma acompañados por trescientos senadores y se fueron a buscar a Marco Antonio, que se encontraba con Cleopatra.

Cayo Octavio había permanecido en Roma y tuvo una idea eficaz, pero totalmente ilegal: leyó públicamente el testamento de Marco Antonio, que estaba depositado en el templo de las vestales. El testamento reveló las intenciones de Antonio y se corrió la voz de que pensaba instalar a Cleopatra en el Capitolio y que todos los romanos se convertirían en sus esclavos.

A finales del año 32 a. C. fue declarada la guerra contra Cleopatra y los nobles romanos que acompañaban a Antonio se pasaron a Octavio. La batalla decisiva tuvo lugar en Accio, en Epiro. En medio de la batalla Cleopatra mandó a su barco volver a Egipto y Marco Antonio, que vio cómo huía, la siguió; apenas hubo lucha.

Antonio se suicidó primero, en Alejandría, y después Cleopatra hizo lo mismo para evitar que Octavio la expusiera en Roma como un trofeo. Con la victoria sobre la reina de Egipto, Octavio había ganado también la guerra civil por la posesión del poder unipersonal. Ya no tenía ningún enemigo que pudiera continuar la lucha. La guerra contra Marco Antonio y Cleopatra la había presentado como un acto de defensa de la Republica romana frente a las aspiraciones de dominio de una reina extranjera. Los poetas situaron al vencedor como dominador del mundo, hijo de un dios (habían subido a Julio César a la categoría divina).

Los botines, las expropiaciones y las multas de Egipto pusieron en manos de Octavio potentes sumas

Cleopatra


de dinero, que le dieron posibilidad de atender a los soldados desmovilizados de su ejército sin perjudicar los derechos de propiedad existentes en Italia y las provincias, de repartir dinero a los veteranos y a la plebe de la ciudad, así como financiar un magno programa urbanístico en Roma e Italia.

En el año 27 a.C. le fue concedido el título de Augusto, devolvió al Senado la gestión de todas las provincias pacíficas y él se quedó España, Galia y Siria que por no estar totalmente pacificadas mantenían las legiones. Se suponía que la vieja república estaba restaurada (aunque no fuera más que una farsa). Después se fue a España hasta el año 24 a.C. de donde regresó enfermo hasta el punto de temer por su vida. Ese mismo año renunció al consulado, pero se quedó con la potestad tribunicia que, además de hacerle inviolable, le daba derecho al veto sobre los actos de todos los magistrados. Por otra parte, se le concedió el imperium proconsular (poder total) en todo el imperio, incluso en Roma y ahora podía tener tropas en la capital. Eso no se había visto nunca.

Cayo Octavio, ahora Augusto, trajo la paz exterior e interior, trajo dinero, trabajo, pan y juegos. Restauró la religión, realizó un censo  de todos los ciudadanos  romanos adultos con bienes o sin ellos.

Para la minoría de los que pensaban políticamente, igual que para los historiadores antiguos posteriores, estaba claro que la Restaurada República del año 27 a.C. era, en lo referente a las relaciones de poder reales, una fachada tras la que se ocultaba una nueva forma de monarquía.

Augusto comenzó a buscar un heredero que continuara su labor, pero no tenía más que una hija de su primer matrimonio; sin embargo su hermana había tenido tres hijos con Claudio Marcelo. Casó a su sobrino Marcelo con su hija Julia, pero Marcelo murió. Entonces obligó a su ayudante y mejor amigo Agripa a divorciarse de su mujer y lo casó con su hija. De este matrimonio nacieron dos hijos Gayo y Lucio César. Después de la muerte de Agripa, en el año 12 a.C., la volvió a casar con Tiberio, su hijastro. Todos sus herederos fueron muriendo uno detrás de otro hasta que tuvo que adoptar a Tiberio (hijo de su mujer, Livia).

Parece ser que Augusto quería tener un heredero de su propia sangre y por eso obligó a Tiberio a adoptar a Germánico, nieto de Octavia, su hermana. Por último, asoció enteramente a Tiberio al poder cuando se sintió a las puertas de la muerte. 


Dice Suetonio (1) que poco antes de morir Augusto “pidió un espejo, se hizo arreglar el cabello y afirmar las mejillas que le colgaban, y recibió a sus amigos, a quienes preguntó si les parecía que había representado bien la farsa de la vida, añadiendo incluso el final consabido (en las representaciones teatrales):


Si la comedia ha gustado, concededle vuestro aplauso y,


Todos a una, despedidnos con alegría”


Augusto murió en Nola “el decimocuarto día antes de las calendas de septiembre, a la hora nona, faltándole treinta y cinco días para cumplir los setenta y seis años”, es decir, el 19 de agosto del año 14 d.C. a las dos y media de la tarde. La casualidad quiso que muriera en la misma casa y en la misma habitación en la que había muerto de repente su padre cuando él tenía cuatro años.  
Tiberio fue el siguiente emperador,  Augusto fue oficialmente divinizado.
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