Los
acontecimientos ocurridos tal día como hoy, 4 de agosto, marcaron un punto de
inflexión en el primer Sitio de Zaragoza.
Nuestra
ciudad que contaba entonces con algo menos de 40.000 habitantes, estaba rodeada
por las débiles y deterioradas defensas del muro medieval de rejola, pero seguía
resistiendo al asedio impuesto por las tropas napoleónicas.
También
habían sido numerosas las bajas en las tropas francesas y el general Verdier
necesitaba urgentemente refuerzos para repetir, con más intensidad si cabe, los
ataques a la ciudad que tan fieramente defendían sus habitantes.
Cuando
por fin llegaron los refuerzos, los franceses se prepararon para lo que
creyeron sería el ataque final:
Así
lo recoge, desde el lado francés, el general Lejeune1:
“El primer día de agosto, la brillante brigada del general
Bazancourt, llegó al campo escoltando las provisiones y piezas de artillería
que se esperaban… Con la ayuda de estos refuerzos, el general Verdier pudo
hacer el acordonamiento total de la ciudad… El día 3 de agosto, todas las
baterías estaban ya montadas, pero el general Verdier, antes de hacer uso de
ellas, quiso por vez última intentar la paz.”
Según
sigue narrando, Verdier envió a Palafox un parlamentario con un escrito en el
que únicamente ponía una palabra, “Capitulación”,
a lo que el brigadier Antonio Torres, encargado del mando por la ausencia de
Palafox, respondió escribiendo debajo estas palabras “Guerra a cuchillo” y seguidamente mandó colocar una
bandera roja sobre la Torre Nueva en señal de guerra.
Tras
ser rechazada la rendición, Verdier se dispuso a tomar la ciudad antes de que
ésta recibiera refuerzos:
Sigue
diciendo Lejeune:
“Entonces, a una señal dada, 432 bocas de fuego
tronaron simultáneamente, esparciendo el terror en toda la ciudad.”

Al
amanecer del día siguiente, 4 de agosto,
el ataque francés todavía fue mayor, especialmente en la zona de la Puerta de
Sta. Engracia.
Casamayor3
escribió en su diario:
“…antes de las seis de la mañana habían inutilizado mucha parte
de las casas y conventos especialmente los inmediatos á la parte de donde
venían los fuegos, como fue el de Jerusalén… El de Santa Catalina quedó también
casi arruinado… en el resto de la Ciudad hubo mucho destrozo, estando todas las
calles llenas de ruinas.”
Y
es que para conseguir tomar Zaragoza, los franceses habían forjado un plan de
ataque4. Consistía en lanzar una gran ofensiva atacando
especialmente la zona del monasterio de Sta. Engracia para abrir una vía de
entrada a la ciudad y llegar hasta la principal calle del Coso. Una vez allí
las tropas tenían que dividirse en tres columnas: una se dirigiría hacia el
este y siguiendo el Coso Bajo debía llegar hasta la Magdalena y tomar la Puerta
del Sol para permitir la entrada de la caballería francesa.
Otra
columna tenía que dirigirse al oeste y, uniéndose a los que avanzarían por el
Carmen, llegar hasta la zona del mercado para conseguir abrir la puerta de San
Ildefonso. La tercera, desde el Coso, debía entrar por la calle San Gil,
atravesando por medio la ciudad, y dirigiéndose directamente a la puerta del
Ángel para llegar al puente de Piedra. Cada una de estas columnas estaría
apoyada por la infantería y por la artillería.
Con
este plan de ataque los franceses intentaban cortar la retirada de los
ciudadanos por el norte, mientras que fuera de la ciudad, en el sur, el
ejército se encontraba dispuesto a avanzar cuando fuese necesario.
Parecía
un plan perfecto, sin embargo los hechos no se desarrollaron según el plan
previsto, la feroz resistencia ofrecida por los zaragozanos fue tan fuerte que
consiguieron desbaratarlo:
Relata
Casamayor:
“…antes de las doce…entraron muchísimos los que se encaminaron a
los callizos de Sta. Catalina y
franqueando las puertas del fosal del Hospital general se introdujeron en él
haciendo mil estragos y matando a cuantos encontraban, por donde salieron al
Coso, cuya diligencia fue acometer la Tesorería General robando todo el dinero…
se encaminaron a las casas…de otros vecinos, robándoles cuanto pudieron. Se
apoderaron de la casa del conde de Fuentes, donde se hicieron fuertes…”
Mientras,
los atacantes de la zona suroeste, después de siete horas de fuego, se
apoderaron de la Torre del Pino y consiguieron entrar por esa parte en la
ciudad dirigiéndose a la plaza del Carmen, causando muchas bajas en el
recorrido. A la par, las tropas francesas bajaban desde Torrero y la caballería
tomaba posiciones, amenazando con entrar en la ciudad “a sangre y fuego”. El
terror se apoderó de los habitantes y algunos intentaron abandonarla llegando
al Ebro, donde fueron frenados por un militar español que les amenazó con un
cañón haciéndoles desistir de la huida.
Según
recoge Casamayor:
“… saliéndose por la puerta del Ángel al Arrabal, mujeres,
clérigos y muchísimos otros vecinos…”
Las
bombas y cañonazos se intensificaron y la lucha cuerpo a cuerpo se generalizó
en toda la ciudad, los franceses fueron rechazados en la Magdalena y no
pudieron llegar al río y los combates al oeste de la ciudad, casa por casa,
contuvieron el avance del enemigo.
La
columna que según el plan trazado debía llegar hasta el puente de Piedra,
atravesando la calle San Gil, de equivocó de calle y se introdujo por la de la
Puerta Cinejia, encontrándose de repente en un dédalo de estrechísimas
callejuelas en las que muchos de los que entraron fueron atacados y muertos
desde cada puerta y cada ventana. También fue grande la resistencia en la
puerta del Portillo, donde hubo muchas bajas francesas.
Sigue
Casamayor:

Y
señala Alcaide Ibieca:
“Llegó por fin la noche á dar treguas a tamañas catástrofes.
Desesperado el enemigo de semejante oposición, al considerar tanto estrago y
carnicería, trató de guarecerse en el hospital y san Francisco, formando línea
desde este convento al de san Diego, y de allí al de santa Rosa…”
A
pesar de todos los intentos, el ejército francés no consiguió tomar la ciudad, la
situación era muy grave, pero no irremediable, todavía cabía alguna esperanza
para Zaragoza, que tras los intensos bombardeos había sufrido daños
irreparables entre su población y su caserío. También fue muy alto el precio
pagado por los atacantes, que contaron a cientos sus víctimas.
Escribió
Casamayor en su diario el relato de lo acontecido el 4 de agosto:
“Este
día es el que será memorable para la
ínclita Zaragoza en todas las posteridades”
Y
no se equivocó y para perpetuar estos hechos en la memoria de sus habitantes, desde
1860 una de las principales calles de “El Tubo” zaragozano lleva el nombre de 4 de
agosto en recuerdo de los terribles y valerosos acontecimientos sucedidos
allí ese día.
Recordamos
nosotros también a quienes heroicamente defendieron su ciudad.
Rosa M. Germán
1
Louis-François
Lejeune (1775-1848) participó en los Sitios de Zaragoza. Además de general fue
pintor y litógrafo, en 1840 escribió Los Sitios de Zaragoza obra en la
que rindió homenaje a la resistencia de los zaragozanos.
2
Agustín
Alcaide Ibieca (Zaragoza, 1778 - idem, 23 de marzo de 1846) fue jurista y combatió en ambos Sitios. En
1831 escribió Historia de los dos
Sitios en la que señala que fueron 66 las bocas de fuego.
3
Faustino
Casamayor fue durante muchos alguacil de corte en la Real Audiencia. Durante
los Sitios (1808-1809) escribió día a día los acontecimientos ocurridos en lo
que se conoce como Diario de Casamayor.
4
Lo
recoge en su libro el general Lejeune
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