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AUGUSTO DE PRIMA PORTA EL CORTADO DE JUSLIBOL RAMÓN J. SENDER EL PARQUE GRANDE EL TIBURÓN DEL HUERVA  EL ACUEDUCTO DE ZARAGOZA  CUAN LA CANDELERA PLORA, L'IBIERNO YA YE FORA LA CAMPANA DE LOS PERDIDOS LA TORRE DE BRUIL

El parque Grande, José Antonio Labordeta


¿Sabías que... el parque Grande se hizo por el empeño de un concejal del que todos se reían?


Cuando un día cualquiera los zaragozanos paseamos plácidamente por alguna de sus avenidas bordeadas de vegetación nadie se pregunta por qué este parque está situado ahí ni cuándo nació. Parece que hubiera estado ahí siempre, como si hubiera emergido de forma natural, y sin embargo, aún siendo el más antiguo de la ciudad es ahora, en estos días, cuando cumple noventa años.





Los que buscan un lugar más tranquilo, huyendo de los que practican el running o de las incesantes bicis o del alboroto de la chiquillería, llegan hasta el Cabezo de Buenavista para contemplar la magnífica vista del parque y después perderse entre los pinos. Quizá pasen delante de un busto sobre un pedestal que nadie se para a contemplar, instalado en lugar anodino y que reza lo siguiente:
LA CIUDAD
A
VICENTE GALBE
SÁNCHEZ-PLAZUELOS

CONCEJAL BENEMERITO
CREADOR DE ESTE PARQUE

Pero ¿Quién fue Galbe? ¿Un concejal del que todos se reían? 
Pues sí, Vicente Galbe Sánchez-Plazuelos, que era profesor de instituto, prestó sus servicios como concejal en el Ayuntamiento de Zaragoza durante unos años. Este zaragozano estaba convencido de que la ciudad necesitaba una gran zona de esparcimiento y recreo donde los ciudadanos respirasen un aire puro cargado de oxígeno. Y puso sus ojos en el Cabezo de Buenavista, propiedad del municipio y ocupado entonces por un viñedo, soñando con llenarlo de grandes pinos y caminos para pasear.
Conseguirlo no era fácil, la idea tuvo muchos detractores, como suele suceder con cualquier iniciativa novedosa y rompedora de costumbres. Desde finales del siglo XIX Zaragoza venía experimentado una explosión demográfica y sin embargo apenas había sobrepasado los límites urbanos medievales; la vecindad estaba constreñida en edificaciones antiguas y se necesitaban urgentemente grandes reformas y saneamientos. Por eso, la idea de hacer un parque tan alejado del centro de la ciudad era absolutamente descabellada para la mayoría, máxime teniendo en cuenta que para llegar hasta él habría que cruzar el Huerva, salvar el ferrocarril  (Ver foto) y cruzar numerosas huertas, todo lo cual era un punto muy fuerte en su contra.
Pero Galbe, no cejaba en su empeño, estaba convencido de que el Cabezo de Buenavista, era el lugar más adecuado para tal fin. Obsesionado con esta idea, lo visitaba con mucha frecuencia soñando con lo que allí se podía hacer; las críticas abundaban entre sus iguales, la prensa lo censuraba burlándose de él y el vulgo se le reía hasta tal punto que la pícara imaginación popular le dedicó una jocosa jota:
“ Cuarenta veces al día
va al Cabezo un concejal
y luego la gente dice
que anda del cabezo mal.”

A pesar de todo tuvo algunos apoyos y hacia 1905 se iniciaron las obras en el Cabezo para convertir el antiguo viñedo en un parque, se plantaron árboles, sobre todo pinos, y se colocaron bancos de piedra, que todavía existen. En 1913 el Parque del Cabezo de Buena Vista era ya un hecho.
Por aquel tiempo, en el desnivel creado por una antigua gravera, muy cerca del Canal Imperial de Aragón, se creó un amplio y bonito jardín aprovechando que al estar más hundido quedaba al abrigo del “odiado” cierzo.  Mucho después, este lugar se convertiría en el magnífico Jardín de Invierno (Ver foto).
Ese mismo año de 1913 comenzó su andadura como secretario del Ayuntamiento Mariano Berdejo Casañal, que había sido gran defensor de la idea de Galve.  Cuando en sus paseos Berdejo contemplaba desde lo alto del cabezo la inmensidad de las huertas que se extendían hasta el río Huerva, veía las grandes posibilidades del lugar para hacer allí un gran parque, pero eso era sólo un bonito sueño.

Unos años después, en 1917, un acontecimiento ajeno a todo esto vino a “poner la guinda” al flamante Cabezo y a partir de ahí lo que sólo era una ilusión de Berdejo empezó a tomar forma. Y es que, casualmente, al año siguiente se iban a cumplir ochocientos años de la toma de Zaragoza por Alfonso I el Batallador (18-12-1118) y la llamada “Junta del Centenario”, creada para organizar los actos conmemorativos, decidió dedicar un gran monumento al rey conquistador y  ¡ubicarlo en el Cabezo de Buenavista!.

En 1920 una nueva ley, creada con el fin de conseguir fondos para invertirlos en obras de saneamientos y ensanches,  abrió el camino al sueño de Berdejo y de cuantos lo apoyaban.
Sin pérdida de tiempo, el arquitecto municipal Miguel Ángel Navarro Pérez preparó grandes proyectos para la mejora de la ciudad que, al menos en teoría, serían financiados con los fondos obtenidos...

Junto con Berdejo presentó al Ayuntamiento una idea doblemente interesante: hacer un gran parque al que llegar a través de una gran vía, que partiendo de la Facultad de Medicina llegara hasta él y sirviera para impulsar el ensanche de la ciudad por esa zona.
El proyecto estaba llamado a triunfar pues planteaba la ansiada expansión que se pretendía en ese momento, situando al parque como el último foco de atracción. 

Pero este gran proyecto chocaba con un grave problema, para ello era necesario cubrir un tramo del Huerva3, cosa ni fácil ni barata, lo que planteó nuevamente un enorme debate en la ciudad, causando muchos “dimes y diretes”; finalmente en el Ayuntamiento se pusieron de acuerdo y el proyecto fue aprobado en 1922. Las obras comenzaron poco después (Ver foto).

Una vez aprobado, Berdejo y Navarro pusieron rápidamente manos a la obra, había que expropiar las numerosas huertas existentes sobre los terrenos destinados a parque. La tarea fue ardua y compleja, mucho más de lo que habían pensado, pues la mayoría de los hortelanos, además de oponerse a dejar sus tierras, ni tan siquiera tenían un título de propiedad que les acreditara como dueños de las milenarias huertas que habían ido pasando de padres a hijos a través de los tiempos.

Mientras estaban en ello, otro acontecimiento puso el broche de oro a la creación del parque. A finales de diciembre de 1924, el pintor y diseñador de jardines español Javier Winthuysen Losada, sevillano de origen holandés, fue invitado a dar una conferencia en el Casino Mercantil.  
Winthuysen, al que previamente le habían llevado a visitar los terrenos expropiados, expuso ante el numeroso público asistente al acto que el lugar era magnífico para construir un gran parque que debería presentar dos alturas y ser coronado por el Cabezo de Buenavista; las fértiles tierras de labor y el abundante agua para su riego, proporcionada tanto por el río como por el canal, así como por la antiquísima acequia de las Abdulas que lo cruzaba, hacían del lugar el más indicado pues tenía las condiciones más propicias para el crecimiento de la vegetación.
Y como pintor que era recordó a nuestro gran pintor, Goya, proponiendo dedicarle un rincón en el parque, así nació “El Rincón de Goya”.

Sin embargo, durante los años posteriores el proyecto no acababa de arrancar, no cuajaba un diseño definitivo. Las labores de jardinería fueron discurriendo lentamente hasta que en 1927 tomó la dirección del proyecto Martín Augustí que fue quien aceleró las obras enérgicamente.
A partir de ese momento se plantaron por doquier y de forma incesante multitud de árboles, plataneros, álamos, olmos, pinos… fueron cubriendo la tierra vacía, hasta los niños de las escuelas públicas (entre ellos nuestro padre) colaboraron en la plantación y el lugar empezó a tomar forma. Se creó un gran parque, ocupaba entonces casi 30  hectáreas.

Pero seguía habiendo un grave problema, el río Huerva, que discurría justo al pie del parque era un obstáculo que había que salvar, se necesitaba un puente que enlazara el paseo proyectado, la Gran Vía, con el parque, un puente que a su vez fuese una gran puerta de entrada al mismo.
Y así se hizo, lo diseñó acertadamente Miguel Ángel Navarro, que como ya hemos comentado era el arquitecto municipal, comenzando las obras en 1928.

Un año después, el puente ya estaba terminado (Ver foto) y junto con el parque fue inaugurado el 17 de mayo de 1929, hace ahora noventa años. Al solemne acto inaugural asistió el mismísimo Miguel Primo de Rivera que entonces gobernaba el país. Al parque se le dio el nombre del dictador por haber sido realizado durante su mandato (1923-1930) y al puente el de “13 de Septiembre”, fecha en la que se produjo el golpe de estado.

El sueño de aquel concejal del que todos se reían y al que dedicaron burlonas jotas, se había convertido en realidad, ¡el parque era ya un hecho! y aunque oficialmente se mantuvieron los nombres citados durante ochenta años, para los zaragozanos siempre fue El Parque Grande.


Rosa Germán
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1  Este texto está basado, fundamentalmente,  en el recogido por José Blasco Ijazo en su obra: ¡Aquí…Zaragoza!


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