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AUGUSTO DE PRIMA PORTA EL CORTADO DE JUSLIBOL RAMÓN J. SENDER EL PARQUE GRANDE EL TIBURÓN DEL HUERVA  EL ACUEDUCTO DE ZARAGOZA  CUAN LA CANDELERA PLORA, L'IBIERNO YA YE FORA LA CAMPANA DE LOS PERDIDOS LA TORRE DE BRUIL

Caesar Augusto, fundador de Caesaraugusta (segunda parte)

¿Sabías que… Caesar Augusto se llamaba Cayo Octavio?
(segunda parte)

Antecedentes

Primeros pasos

Cayo Octavio fue un niño enfermizo desde el primer momento. Sufrió con frecuencia ataques nefríticos, problemas de piel y estados de debilidad que lo pusieron en más de una ocasión al borde de la muerte. Solía cojear por tener una pierna más débil que la otra y no soportaba ni el calor ni el frio.  
 
Cuando tenía cuatro años murió su padre repentinamente mientras volvía de su campaña en macedonia, legándole a él como varón toda su fortuna. Al cabo de un año, la madre se volvió a casar, pero los niños, Octavio y su hermana mayor, no fueron a vivir con la madre, sino con los abuelos maternos que le buscaron un esclavo de origen griego como maestro (a este esclavo lo quiso siempre y cuando murió le hizo funerales como si fuera de su propia familia). No obstante, su madre y su padrastro estuvieron siempre pendientes de su educación y según iba creciendo, ya en casa de su padrastro, le impusieron una disciplina férrea para superar sus problemas de salud y que pudiera dedicarse a preparar la carrera política según la costumbre de la época.


Aproximadamente a los dieciséis años recibió la toga viril (atuendo que llevaban los hombres), que suponía que el joven había llegado a la mayoría de edad a todos los efectos. Los familiares y amigos de la familia asistían a la ceremonia y después lo celebraban con algún banquete.

Parece ser que Julio César ya había visto en él cualidades, pues al poco tiempo lo recomendó como candidato a un puesto de sacerdote que naturalmente consiguió, eran los primeros pasos para su carrera política.

Todo joven aristócrata necesitaba además demostrar su valía en el combate. El bautismo militar de Cayo Octavio se llevó a cabo en Hispania, en la plana mayor de Julio César que lo observaba continuamente, enseñándole y dándole la oportunidad de hacerse con una clientela (amistades para un futuro).

En el año 45 a.C. César lo nombró magister equitum (jefe de la caballería) en la campaña de Oriente que se iba a llevar a cabo en próximas fechas para dirigir la guerra contra los partos en Mesopotamia y vengar a Craso. A finales de ese mismo año salió con su amigo Agripa hacia la ciudad de Apolonia donde estaban acuarteladas las tropas para esperar a César y comenzar la campaña, sus preceptores fueron con él y durante los meses que estuvo allí esperando se dedicó a estudiar y a ejercitarse, pero el dictador nunca llegó, fue asesinado el día 15 de marzo del año 44 a.C. Octavio sólo tenía dieciocho años. Aquí es donde empieza la verdadera historia de Cayo Octavio. Nadie esperaba que siendo tan joven, pudiera tener tanta determinación y firmeza como para enfrentarse al Senado de Roma y al propio Marco Antonio.

Cuando Antonio leyó públicamente el testamento de César fue una sorpresa, incluso para el mismo Octavio, descubrir que había nombrado heredero e hijo adoptivo a su sobrino nieto. Pero lo más extraño es que Cayo aceptara la herencia con todas sus consecuencias.

No era una herencia simple, era el heredero del dictator de Roma. Con ello se comprometía a llevar el nombre de su padre adoptivo, hacer frente al reparto de dinero que César había legado a cada ciudadano por su muerte  y atender a los seguidores y beneficiarios del dictador que traspasaban al “hijo” las condiciones que habían mantenido con el “padre”, sobre todo la plebe de Roma y los soldados veteranos que no  querían perder las tierras que habían recibido al salir del ejército (todos temían por sus propiedades y sus puestos), además, por supuesto, de vengar la muerte de su padre adoptivo.

Octavio contaba con que el cónsul y “mano derecha” de César, Marco Antonio, le ayudara a solucionar todos los problemas que se le iban a presentar en adelante, pero este, que no valoró al chico que tenía delante, se le opuso en todo. De todas formas y en contra de la opinión de sus padres, aceptó la herencia, adoptó el nombre de su “padre”, y pasó a llamarse Cayo Julio César (Octaviano).

Antonio, que era cónsul cuando mataron a Julio César, había tomado las riendas de la situación y pretendía darse prisa en dejar los problemas resueltos porque una vez acabado su mandato ya no tendría poder. Ante una posible guerra civil, quiso asegurar su futuro y exigió a la viuda de César, Calpurnia, que le entregara el dinero guardado en su casa y se apoderó también del dinero público.

Octavio, ante esta nueva circunstancia, no tuvo otro remedio que aliarse con los senadores para recaudar el dinero que necesitaba para pagar a la plebe y poder celebrar los juegos en honor de su tío. Así que confiscó el dinero destinado a la guerra que iba a comenzar César en oriente y el tributo anual que mandaba a Roma la provincia de Asia, pero como todavía no era suficiente tuvo también que aportar su fortuna personal y buscar apoyo entre los amigos ricos de su “padre”.

Cayo Octavio (al que ahora ya llamaban César), reclutó por su cuenta en Campania un ejército para luchar contra Marco Antonio y se alió con el Senado de Roma (ya que los aristócratas temían que Marco Antonio se hiciera con todo el poder, por eso ayudaron a Octavio). Cayo Octavio fue a la guerra acompañado de los dos cónsules nombrados para ese año, pero los cónsules murieron oportunamente y Octavio quedó único.

Marco Antonio, entonces, se alió con los gobernadores de las provincias occidentales y Cayo Octavio decidió dar un golpe de estado y marchar contra Roma porque necesitaba ser nombrado cónsul (para tener el poder supremo de una forma legal) aunque no tuviera ningún derecho porque era muy joven. Lo más curioso es que en su marcha no encontró ninguna resistencia, sino que las legiones que debían atacarle se pusieron de su parte y el pueblo, fiel todavía a la memoria de Julio César, le nombró cónsul junto con un colega con poca ambición que no le puso trabas.
María José Germán


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