Primeros pasos
Cayo Octavio fue un niño
enfermizo desde el primer momento. Sufrió con frecuencia ataques nefríticos,
problemas de piel y estados de debilidad que lo pusieron en más de una ocasión
al borde de la muerte. Solía cojear por tener una pierna más débil que la otra
y no soportaba ni el calor ni el frio.
Cuando tenía
cuatro años murió su padre repentinamente mientras volvía de su campaña en
macedonia, legándole a él como varón toda su fortuna. Al cabo de un año, la
madre se volvió a casar, pero los niños, Octavio y su hermana mayor, no fueron
a vivir con la madre, sino con los abuelos maternos que le buscaron un esclavo
de origen griego como maestro (a este esclavo lo quiso siempre y cuando murió
le hizo funerales como si fuera de su propia familia). No obstante, su madre y
su padrastro estuvieron siempre pendientes de su educación y según iba
creciendo, ya en casa de su padrastro, le impusieron una disciplina férrea para
superar sus problemas de salud y que pudiera dedicarse a preparar la carrera
política según la costumbre de la época.
Aproximadamente
a los dieciséis años recibió la toga viril (atuendo que llevaban los hombres),
que suponía que el joven había llegado a la mayoría de edad a todos los
efectos. Los familiares y amigos de la familia asistían a la ceremonia y
después lo celebraban con algún banquete.
Parece ser que
Julio César ya había visto en él cualidades, pues al poco tiempo lo recomendó
como candidato a un puesto de sacerdote que naturalmente consiguió, eran los
primeros pasos para su carrera política.
Todo joven
aristócrata necesitaba además demostrar su valía en el combate. El bautismo
militar de Cayo Octavio se llevó a cabo en Hispania, en la plana mayor de Julio
César que lo observaba continuamente, enseñándole y dándole la oportunidad de
hacerse con una clientela (amistades para un futuro).
En el año 45
a.C. César lo nombró magister equitum (jefe de la caballería) en la
campaña de Oriente que se iba a llevar a cabo en próximas fechas para dirigir
la guerra contra los partos en Mesopotamia y vengar a Craso. A finales de ese
mismo año salió con su amigo Agripa hacia la ciudad de Apolonia donde estaban
acuarteladas las tropas para esperar a César y comenzar la campaña, sus
preceptores fueron con él y durante los meses que estuvo allí esperando se
dedicó a estudiar y a ejercitarse, pero el dictador nunca llegó, fue asesinado
el día 15 de marzo del año 44 a.C. Octavio sólo tenía dieciocho años. Aquí es
donde empieza la verdadera historia de Cayo Octavio. Nadie esperaba que siendo
tan joven, pudiera tener tanta determinación y firmeza como para enfrentarse al
Senado de Roma y al propio Marco Antonio.
Cuando Antonio
leyó públicamente el testamento de César fue una sorpresa, incluso para el
mismo Octavio, descubrir que había nombrado heredero e hijo adoptivo a su
sobrino nieto. Pero lo más extraño es que Cayo aceptara la herencia con todas
sus consecuencias.
No era una
herencia simple, era el heredero del dictator de Roma. Con ello se
comprometía a llevar el nombre de su padre adoptivo, hacer frente al reparto de
dinero que César había legado a cada ciudadano por su muerte y atender a
los seguidores y beneficiarios del dictador que traspasaban al “hijo” las
condiciones que habían mantenido con el “padre”, sobre todo la plebe de Roma y
los soldados veteranos que no querían perder las tierras que habían
recibido al salir del ejército (todos temían por sus propiedades y sus
puestos), además, por supuesto, de vengar la muerte de su padre adoptivo.
Octavio contaba
con que el cónsul y “mano derecha” de César, Marco Antonio, le ayudara a
solucionar todos los problemas que se le iban a presentar en adelante, pero
este, que no valoró al chico que tenía delante, se le opuso en todo. De todas
formas y en contra de la opinión de sus padres, aceptó la herencia, adoptó el
nombre de su “padre”, y pasó a llamarse Cayo Julio César (Octaviano).
Antonio, que era
cónsul cuando mataron a Julio César, había tomado las riendas de la situación y
pretendía darse prisa en dejar los problemas resueltos porque una vez acabado
su mandato ya no tendría poder. Ante una posible guerra civil, quiso asegurar
su futuro y exigió a la viuda de César, Calpurnia, que le entregara el dinero
guardado en su casa y se apoderó también del dinero público.
Octavio, ante
esta nueva circunstancia, no tuvo otro remedio que aliarse con los senadores
para recaudar el dinero que necesitaba para pagar a la plebe y poder celebrar
los juegos en honor de su tío. Así que confiscó el dinero destinado a la guerra
que iba a comenzar César en oriente y el tributo anual que mandaba a Roma la
provincia de Asia, pero como todavía no era suficiente tuvo también que aportar
su fortuna personal y buscar apoyo entre los amigos ricos de su “padre”.
Cayo Octavio (al
que ahora ya llamaban César), reclutó por su cuenta en Campania un ejército
para luchar contra Marco Antonio y se alió con el Senado de Roma (ya que los
aristócratas temían que Marco Antonio se hiciera con todo el poder, por eso
ayudaron a Octavio). Cayo Octavio fue a la guerra acompañado de los dos
cónsules nombrados para ese año, pero los cónsules murieron oportunamente y
Octavio quedó único.
Marco Antonio,
entonces, se alió con los gobernadores de las provincias occidentales y Cayo Octavio
decidió dar un golpe de estado y marchar contra Roma porque necesitaba ser
nombrado cónsul (para tener el poder supremo de una forma legal) aunque no
tuviera ningún derecho porque era muy joven. Lo más curioso es que en su marcha
no encontró ninguna resistencia, sino que las legiones que debían atacarle se
pusieron de su parte y el pueblo, fiel todavía a la memoria de Julio César, le
nombró cónsul junto con un colega con poca ambición que no le puso trabas.
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