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Descubriendo el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza

Maledictosuchus riclaensis  (165 Ma aprox.)

EL COCODRILO MALDITO DE RICLA    (Maledictosuchus riclaensis)

Uno de los fósiles más curiosos e interesantes del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza es el Maledictosuchus riclaensis, un cráneo de reptil marino encontrado en nuestra provincia, que tiene una curiosa historia. Fue hallado en 1994 en las cercanías de la localidad de Ricla (Zaragoza), durante la campaña de prospección previa a las obras de la línea ferroviaria del AVE.

El lugar en el que se excavaba corresponde geológicamente al Jurásico Medio (entre 174 Ma. y 164 Ma.) momento en el que estaba cubierto por el mar. Durante ese periodo las tierras emergidas se distribuían en continentes que poco o nada tienen que ver con los actuales, la Península Ibérica no existía como tal y esa zona estaba ocupada por un mar somero y tropical, en el que vivían bivalvos, ammonites y otros animales marinos.

Los paleontólogos excavaban en un barranco en el que anteriormente se habían encontrado algunos fósiles cuando descubrieron algo que les llamó la atención, eran unos nódulos que contenían pequeños fragmentos de hueso; intrigados por el hallazgo decidieron trasladarlos a la Universidad de Zaragoza para ser estudiados con más precisión.

En el laboratorio de la universidad aplicaron a los nódulos diferentes técnicas para extraer las esquirlas, el proceso no resultó fácil y fue muy largo debido a las dificultades que se fueron presentando, pero cuando finalmente los investigadores lograron extraer los restos fósiles y encajar las piezas se llevaron una gran sorpresa al comprobar que se trataba del cráneo de un reptil marino.

Los paleontólogos no dudaban de que fuera así, pero su extraño aspecto de cocodrilo les planteaba muchos interrogantes en cuanto a su clasificación, pues no se correspondía con ninguno de los fósiles de reptiles marinos encontrados hasta ese momento.

Sede del Museo de Ciencias Naturales




Con el fin de resolver esos enigmas, se iniciaron varios estudios del cráneo, pero ninguno logró desentrañarlos y, por una u otra causa, todos fueron abandonados, tantos fueron los problemas que los investigadores comenzaron a llamarlo “maldito” y el fósil acabó relegado,
sin más, en el museo.

Pasó el tiempo, mucho tiempo, casi veinte años, hasta que una joven licenciada en Geológicas, Jara Parrilla, inició su tesis doctoral en Paleontología y, sin conocer la fama que se le atribuía al fósil, como ella misma explica, se sumergió de lleno en el estudio del cráneo. Le dedicó muchas horas y esfuerzo y, tras estudiarlo en profundidad, las incógnitas del denostado fósil comenzaron, por fin, a ser desveladas.

Dentro de la compleja taxonomía de los ya extintos cocodrilos marinos, la doctora Parrilla situó el cráneo de este reptil en el amplio grupo de los talatosuquios, reptiles marinos que vivieron durante el Mesozoico y que desarrollaron numerosas adaptaciones para la vida en el mar, como un rostro alargado con muchos y pequeños dientes, las extremidades en forma de aleta y la cola bilobulada.

Llegó a la conclusión que, dentro de este gran grupo de cocodrilos marinos talatosuquios, el cráneo pertenecía a un animal de la familia metriorrínquidos (Metriorhynchidae).  Analizó las distintas partes del cráneo tales como la forma de los dientes y las suturas entre los huesos que forman el cráneo, así como los extraños caracteres que este fósil presenta al combinar formas algo más primitivas con otras más evolucionadas. Por ello llegó a la conclusión de que este cráneo había pertenecido a un cocodrilo marino no conocido hasta ese momento, se trataba de un ejemplar único, pertenecía a una nueva especie para la ciencia.

Y así fue, el animal en cuestión era el miembro más basal de la tribu de los dakosaurinos, género extinto de los metiorrínquidos, que vivió durante el Jurásico Medio (Calloviense), hace aproximadamente 165 Ma.

Por anatomía comparada, se puede deducir que este reptil marino tendría un cuerpo hidrodinámico, es decir alargado, para disminuir la resistencia del agua, poseería unas extremidades en forma de aleta y su cola sería bilobulada, parecida a la de los tiburones, para facilitar la natación.  En suma, por su forma corporal sería bastante más parecido a un delfín que a un cocodrilo actual.

Por la estructura del cráneo, se puede deducir que tenía grandes ojos, pues las órbitas oculares del fósil son de un tamaño considerable y al estar situadas a los lados del cráneo se puede afirmar que estaban adaptados para ver dentro del agua.

También las fosas nasales presentan adaptaciones para respirar en el agua, ya que están algo desplazadas hacia los laterales.  La forma de su mandíbula y los numerosos y pequeños dientes, de los que el fósil sólo conserva unos pocos (pero ha mantenido los alvéolos dentales), indica que su alimentación era fundamentalmente piscívora.

La tomografía computarizada que le fue aplicada al cráneo reveló que, además de las adaptaciones morfológicas, este animal tenía también adaptaciones fisiológicas, pues alojadas a los lados de las cavidades nasales presenta unas estructuras en forma de lágrima que corresponderían a glándulas de la sal hipertrofiadas. Mediante ellas, el animal regularía la concentración de sales en su organismo, lo que nos indica que tenía un alto grado de adaptación al mar.

En definitiva este cráneo fósil corresponde a un ejemplar de cocodrilo marino, el más antiguo encontrado en la Península Ibérica, siendo además el primer reptil marino del Jurásico descrito en España.

Y como había que asignarle un nombre, en recuerdo de la “maldición” que tanto tiempo dificultó su identificación, se le llamó Maledictosuchus riclaensis, el COCODRILO MALDITO DE RICLA.

Hoy es uno de los fósiles más importantes del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza.

Rosa M. Germán

 

Museo de Ciencias Naturales. Universidad de Zaragoza: VISITAR


 


 

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