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AUGUSTO DE PRIMA PORTA EL CORTADO DE JUSLIBOL RAMÓN J. SENDER EL PARQUE GRANDE EL TIBURÓN DEL HUERVA  EL ACUEDUCTO DE ZARAGOZA  CUAN LA CANDELERA PLORA, L'IBIERNO YA YE FORA LA CAMPANA DE LOS PERDIDOS LA TORRE DE BRUIL

El Ebro se heló varias veces en Zaragoza durante la Pequeña Edad del Hielo


LA BORRASCA FILOMENA Y LA PEQUEÑA EDAD DEL HIELO

A su paso por la Península, “Filomena”, tan terrible como el mito, ha dejado un panorama inédito de intensas nevadas y fuertes heladas con temperaturas negativas de record, en definitiva un frío más propio de épocas pasadas. Porque el frío intenso, la nieve y los hielos fueron la característica común del clima que reinó hasta hace relativamente poco tiempo, pero la memoria colectiva ya no lo recuerda. Aunque desde el origen de los tiempos los cambios climáticos han sido muchos y diversas las causas (1), no hay que ir muy lejos en el tiempo para encontrar el último cambio climático importante, se le conoce como la Pequeña Edad del Hielo.

Fue el geólogo F.E. Matthes quien en 1939 denominó así a esa época en la que el clima se volvió muy frío, a veces gélido, imprevisible y de grandes consecuencias catastróficas, tanto fue así que según el investigador Marc Oliva fue “el periodo frío más prolongado e intenso de los últimos 10.000 años”.

Afectó especialmente a Europa, aunque también extendió sus efectos por todo el globo (2) y en líneas generales, abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta la mitad del siglo XIX, es decir, desde 1300 hasta 1850 (ó 1860). Pero hay que señalar que estos cinco siglos y medio no fueron siempre tan fríos ni afectaron por igual a todos los lugares, hubo periodos breves más cálidos con temperaturas estables que se alternaron con otros muy largos en los que el clima fue verdaderamente helador.

Palacio de La Aljafería (s. XI) Borrasca Filomena
La PEH vino precedida de unos siglos de clima benigno, conocido como el Óptimo Climático Medieval (entre el 900 y 1300), época favorable para las cosechas que propiciaron el aumento de la población europea, el desarrollo del comercio y el resurgimiento de las ciudades.

Pero a comienzos del s. XIII el clima comenzó a cambiar, las temperaturas bajaron y los episodios de lluvias torrenciales y grandes nevadas fueron habituales. El frío se intensificó a partir de 1331, acortó la temporada de cultivo y se sucedieran años de malas cosechas; las intensas nevadas dificultaron los pasos de montaña y los glaciares de las cordilleras comenzaron a avanzar por primera vez desde hacía muchos siglos.

Por si fuera poco, en 1347 la peste hizo su aparición extendiéndose rápidamente y en sucesivos brotes se cebó sobre una población debilitada, enfermiza y con nulas condiciones higiénicas aumentadas por el frío y las lluvias, mermándola hasta extremos inauditos. Nuestro país no fue ajeno a esta situación, se sabe que en Zaragoza los muertos diarios debidos a la peste se contaban por centenares, al igual que en otras ciudades.

La última década del s. XVI marcó el inició del máximo rigor de la PEH, durante doscientos años las condiciones climáticas fueron extremas, con fríos inusuales intercalados con años más cálidos y sequías prolongadas en algunos lugares.  Los más gélidos ocurrieron entre 1645 y 1715 y el invierno de 1739-1740 fue tan frío que se le llamó “el gran invierno europeo”.

Feria sobre el Támesis helado. Hondius s. XVII
Durante todo este tiempo los ríos de Europa se helaron, en Londres sobre el Támesis se celebraban ferias, las Frost fair (la última en 1814); también se helaron el Ródano (siete veces entre 1556-1595), el Danubio, el Rim, el Elba, los canales venecianos, el Moscova… incluso en el invierno de 1506, según relatan algunas fuentes, llegó a helarse el Mediterráneo en las costas de Marsella.

Los pintores del s. XVI nos dejaron imágenes de estos hechos, Brueghel el Viejo, Brueghel el Joven, H. Avercamp... y en el s. XVII A. Hondius y T.. Wyke (s. XVII)…

La Península Ibérica también sufrió las consecuencias de la PEH, pero fueron menos intensas debido a su situación geográfica; la gran variabilidad térmica e hidrológica fue la característica predominante del clima en estos siglos. No obstante, también aquí los inviernos fueron, en general, muy fríos, largos y con grandes nevadas, alternando con periodos muy secos que provocaban intensas nieblas (anticiclones de bloqueo), mientras que los veranos fueron cortos pero moderadamente cálidos, produciéndose fuertes contrastes térmicos.

Puente de Piedra. Borrasca Filomena 09-01-2020
En 1442, 1447, 1503 y 1506, el Ebro se heló en Tortosa, hasta el punto de poder pasar a pie de una a otra orilla. Es de suponer que también se helaría en Zaragoza, pero no hemos encontrado noticias de ello. Las fuertes heladas del río siguieron ocurriendo en la desembocadura durante el último tercio del s. XVI y a lo largo de los siguientes siglos. Cuando al caudal de nuestros ríos Ebro, Gállego y Huerva, de cauces irregulares y propensos a las riadas, se sumaba el agua de los deshielos o las lluvias torrenciales, se producían grandes avenidas. En 1328 el puente de tablas, el único existente sobre el Ebro, fue destruido por una gran crecida de este río, y las muchas sucesivas hicieron que sus reconstrucciones y reparaciones fueran continuas a lo largo del siglo.

Debido a ello, se planteó la necesidad de construir un nuevo puente más fuerte, el de Piedra, pero el cambiante caudal del río dificultó enormemente los intentos de su construcción, causando a veces tan graves daños e incluso abatiendo alguno de sus arcos, que se tardó cien años en terminarlo (1336-1438).

El río Huerva, que discurría por lo que hoy es la Calle Asalto, cambió su antiguo cauce por el actual en alguna de las riadas de finales del s. XIV, quizá en la de 1397, en la que se llevó el puente que existía para cruzarlo y gran parte del muro medieval (3).  

En 1400 de nuevo una crecida del Ebro destrozó el puente de madera y en 1408 otra gran avenida desvió el río formando un nuevo meandro, “el giramiento del Ebro” lo hizo llegar, más o menos recto, desde Juslibol hasta la altura del Pilar, amenazando al templo y a la ciudad, por lo que fue necesario reforzar la muralla de piedra para contenerlo y realizar importantes obras para intentar reconducirlo. En 1442 de nuevo el Ebro cambió su cauce causando grandes daños y en 1461 un nuevo desvío formó las llamadas “Balsas de Ebro Viejo”.

En 1643 se produjo una de las crecidas más grandes del Ebro de las que se tienen noticias, las aguas se llevaron varias arcadas del Puente de Piedra partiéndolo en dos, dejándolo como podemos verlo en el cuadro pintado en 1647 por Martínez del Mazo, yerno de Velázquez. Además la gran riada destruyó una vez más el Puente de Tablas e inundó el convento de Predicadores (hoy instituto L. Buñuel) situado junto a la ribera a bastantes metros de altura del lecho del río:

  A 18 de febrero del año 1643, día de Ceniza, sucedió una inundación del río Ebro tan grande, que no la habían visto ni oydo los nacidos: porque subió más de una vara sobre las murallas del convento…

Vista de Zaragoza, 1647. Juan Bautista Martínez del Mazo

Las importantísimas riadas continuaron a lo largo de los siglos XVIII y XIX, sirva de ejemplo la del Huerva en 1830, cuyas aguas llegaron hasta la Puerta Quemada, situada al final de la actual calle Heroísmo.

Según los investigadores, aquí los inviernos gélidos se concentraron también entre la segunda mitad del s. XVI y el s. XVII. A esto se sumaron nuevos brotes de peste, que otra vez se cebó con una población debilitada por el hambre debido a las malas cosechas. En el brote de 1564, uno de los más terribles ocurridos en la ciudad, se calcula que en Zaragoza murió entre el 33 y el 40 % de su población (4).

Al igual que en el resto de Europa, en nuestro país el último tercio del siglo XVII y el primero del s. XVIII fueron los más frío de toda la PEH (Mínimo de Maunder), continuaron las bajas temperaturas y también los desórdenes climáticos, hubo heladas fuera de temporada, fuerte calor estival, otras veces veranos muy frescos, fuertes lluvias... El invierno de 1739-1740 fue intensamente frío, se le llamó “el gran invierno europeo” (5).

Existen numerosas fuentes documentales de todos estos hechos extremos que causaron en Aragón serias crisis de subsistencia. Sabemos que el Ebro, a su paso por Zaragoza, se heló en 1788 y de nuevo en 1789, manteniéndose así por un espacio de quince días.

El s. XIX, los efectos de la potente erupción del Tambora (6), ocurrida en 1815, se dejaron notar en todo el mundo, por supuesto también en la Península, produciendo en 1816 lo que se llamó “el año sin verano”.

Hacia 1850-1860, las temperaturas se fueron recuperando lentamente, aunque siguieron alternándose años fríos (olas de frío) con otros más cálidos. Un ejemplo de esto es la gran ola de frío de 1890-1891, que duró casi dos meses, y que volvió a helar los grandes ríos peninsulares, entre ellos el Duero, el Tajo y el Ebro y otros como el Llobregat o el Turia "que permaneció helado en toda la extensión de su curso...", también se heló en sus orillas La Albufera . Se le conoce como el invierno que congeló Europa.

Sobre el Ebro, el 19 de enero de 1891 el diario La Vanguardia transcribía la noticia recibida desde Zaragoza el día anterior "a las once de esta mañana señalaba el termómetro 8 grados bajo cero. A causa de estar helado el Ebro y el canal estamos sin luz eléctrica, y en la población se han paralizado las obras municipales...", otros periódicos informaron que el espesor del hielo alcanzó en el Ebro los 20 cm a su paso por Zaragoza.

Aun así, no fue en esa fecha cuando se alcanzó el record de temperatura mínima en nuestra ciudad desde que hay registros, se produjo tres años antes, fue el 31 de diciembre de 1887 cuando se alcanzaron en Zaragoza los -16, 6 º C (AEMET) (7)

Después poco a poco se impuso la Revolución Industrial, la utilización de los combustibles fósiles, la tala masiva de bosques, la implantación de la agricultura intensiva, los nuevos productos obtenidos… y con todo ello el dióxido de carbono fue aumentando iniciándose así un proceso de calentamiento global en el que la acción antrópica tiene mucho que ver.

 

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1.- Entre esas causas se encuentran las variaciones orbitales (ciclos de Milankovitch), el nivel de actividad solar y sus ciclos (ciclos Maunder) los cambios del ángulo del eje de la Tierra, cataclismos, alteración de las corrientes oceánicas, violentas erupciones volcánicas...

2.- Hoy por hoy no se conocen las causas definitivas de este cambio. Se apuntan como causantes la disminución de la actividad solar, con la práctica desaparición de las manchas solares (Mínimo de Maunder), o las variaciones del índice de Oscilación del Atlántico Norte (interacción entre la atmósfera y la Corriente del Golfo), etc.

3.- Falcón Pérez, Mª Luisa (1981). Zaragoza en el siglo XV. Institución Fernando el Católico. Zaragoza. Págs. 34, 111, 115 y ss.

4.- Alfaro Pérez, Francisco Javier (2019). Zaragoza 1564, el año de la peste. Institución Fernando el Católico. Zaragoza. Pág. 61

5.- Los expertos señalan como causa a un brusco descenso del índice de la Oscilación del Atlántico Norte (NAO)

6.- El volcán Tambora (Indonesia) entró en erupción en abril de 1815 emitiendo a la atmósfera grandes cantidades de partículas y dióxido de azufre que formaron un velo de polvo de ácido sulfúrico que rodeó la Tierra reduciendo el calor solar, lo que llevó a un enfriamiento global.

7.- E. Lolumo, E. Berlanga y D. Fernández (2014). El tiempo y el clima en Aragón. Pág. 66

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