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La Navidad y su significado más profundo

Decimos adiós al 2020 

 

Estamos llegando al fin del año 2020, año que por otra parte recordaremos siempre como el de la “pandemia”. A pesar de todo, en las calles ya se pueden ver los preparativos de la próxima Navidad: luces, que no tardarán en encenderse y que nos incitarán a una ilusión un tanto marchita, un belén gigantesco en la plaza del Pilar y un árbol luminoso en el centro neurálgico de la ciudad.


   Árbol de Navidad en la plaza de Paraíso de Zaragoza




Un año más, repetiremos en nuestras casas los rituales propios de la estación con más o menos alegría. Pero ¿nos hemos planteado alguna vez por qué lo hacemos? Tal vez podamos pensar hoy día que la Navidad no es otra cosa que una fiesta consumista y carente de sentido, aunque en realidad podría decirse que es una celebración tan antigua como el ser humano.

Órbita de la Tierra

El Hombre antiguo no concebía el tiempo como una sucesión de acontecimientos, sino como un ciclo que se repetía constantemente. De esta manera, el solsticio de invierno, en el que el sol se detiene durante tres días (aparentemente), suponía la muerte de la Naturaleza y su renacimiento cuando la luz comenzaba a  aumentar progresivamente.

Durante la Navidad tenemos la costumbre de colocar en nuestras casas un árbol (un abeto) y llenarlo de luces, de bolas de colores brillantes, de lazos, de adornos, etc. coronado por una estrella plateada. No sirve para esta ocasión cualquier árbol, ha de ser uno perenne que permanezca repleto de hojas en la fría estación del invierno y que además tenga una forma triangular, cuyo vértice apunte derecho al cielo. Alrededor de la base, cerca de las raíces, colocamos numerosos regalos que mantenemos en secreto. 

Pues bien, este árbol no se elige por capricho, sino que por sus características y por su forma encierra en sí mismo toda una simbología. En la antigüedad era llamado el árbol de la vida o árbol del mundo, el axis mundi (eje del mundo) porque unía los tres mundos: subterráneo (raíces), terrestre (tronco) y celeste (hojas), cuyas energías eternas fluían constantemente a través de él. Para las personas que se reunían junto a él en una época del año en que la tierra estaba paralizada por el frío y la nieve contemplar el verdor fresco de sus ramas suponía una promesa de que la vida iba a surgir de nuevo en primavera, eternamente renovada. Las luces brillantes colocadas en las ramas pronosticaban la victoria de la luz sobre las tinieblas y la estrella colocada en lo alto del árbol apuntaba, siguiendo el eje, a la estrella polar (en el hemisferio norte) que permanece sola en el cielo. Esta estrella se relacionaba antiguamente con diosas como Inanna, Isis o Venus. Los lazos eran un símbolo de infinito o eternidad.

Fuego en la ceremonia de la cena del solsticio de invierno




En Aragón y también en Zaragoza tenemos una tradición relacionada con este árbol cósmico y con el fuego que vuelve a estar en vigor en muchos lugares, aunque nunca se ha perdido del todo: la tronca de Navidad.

La tronca de Navidad es, como su nombre indica, un tronco recio que se elegía previamente y que se solía vaciar para poder rellenarlo con regalos. Este tronco, que hoy día podemos encontrar también en forma de tarta en muchas pastelerías, se quemaba en el hogar bajo después de haber apagado el fuego anterior y limpiado todo. Suponía, entonces, una renovación del hogar y del fuego hogareño para el año que iba a comenzar. Ardía despacio, hasta el día de Reyes (doce días después del solsticio en que comienza a aumentar la luz). Después se recogían sus cenizas, que repartidas por los campos, aseguraban buenas cosechas, así como protección para la casa el trozo de madera que quedaba sin quemar. Actualmente, la fiesta se celebra con algunas modificaciones, más vinculadas a los niños, pero en esencia es la misma. Podríamos hablar mucho sobre este tema, remontarnos a los indoeuropeos, a los ritos de los romanos, la India y mucho más, pero alargaríamos demasiado esta breve entrada.

En conclusión podemos decir que las fiestas navideñas son un compendio de tradiciones antiquísimas que, aunque olvidadas en gran parte, repetimos con los mismos fines. ¿Quién no se ha planteado nuevos objetivos para el año nuevo?

 

BIBLIOGRAFÍA

Guillermo García Pérez (2014): La tronca de Navidad. Boletín de la Sociedad Ateneísta de Aire Libre, nº 46 

Baring, A. y Cashford, J. (2014): El mito de la diosa. Ed. Siruela. Madrid

Mircea Eliade (1998): Lo sagrado y lo profano. Ed. Paidós. Barcelona

Mircea Eliade (2009): El Mito del Eterno Retorno. Arquetipos y repetición. Alianza Editorial

 

María José Germán

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