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Los aguadores

¿Sabías que ... hubo aguadores en Zaragoza?

Los aguadores abastecieron de agua potable a los zaragozanos durante mil quinientos años.

Al grito de “¡El aguadooooor…! ¿Quién la quiere?” recorrían los aguadores las calles de Zaragoza pregonando su valiosa mercancía. Acarrear agua era un oficio duro y humilde, que tras siglos de vigencia, desapareció cuando en nuestra ciudad se instalaron, ya en el siglo XX, las redes de abastecimiento de agua potable y alcantarillado.

Caesaraugusta, como toda ciudad romana, contó desde su fundación, hace dos mil años, con estos imponentes sistemas de canalización (como lo demuestran los restos de cloacas todavía existentes), ya que el abastecimiento de agua de calidad a las ciudades y la evacuación de las residuales era algo fundamental para los romanos a la hora de fundar una ciudad para evitar los problemas sanitarios que acarrea la insalubridad de las aguas.

Más tarde, los acontecimientos históricos que siguieron a la caída de Roma, hicieron que en cualquier lugar de lo que había sido su imperio, las grandes infraestructuras hidráulicas romanas dejaran de funcionar y pasaran al olvido.
Pero el agua potable siguió siendo una necesidad y la ausencia de fuentes públicas hacía que los ciudadanos tuvieran que ir a buscarla a zonas convenientes fuera de las poblaciones, lo que suponía un gran esfuerzo.

Por esta razón, en la Edad Media, surgieron los aguadores, personas que recogían el agua en lugares adecuados fuera de la ciudad, y la vendían, casa por casa, a los ciudadanos. El oficio de aguador era, por tanto, muy antiguo, su presencia fue habitual en todas las poblaciones españolas durante más de mil quinientos años.
En Al-Ándalus fue muy popular. Había aguadores en todas las poblaciones más o menos grandes y dejaron tanta huella que, siglos después, con la palabra “azacán”, derivada de la del árabe hispano “assaqqá” (aguador) se seguía designando en Castilla y Andalucía a los portadores de agua, herederos directos del “assaqqá” musulmán.
Los aguadores o azacanes, recogían el agua potable en fuentes naturales y manantiales y la transportaban en cántaros portados por burros o carros con los que llegaban hasta las viviendas para llenar los diferentes enseres de quienes la solicitaban.

Hubo diferentes tipos de aguadores pues no todos disponían de igual equipamiento y según fuera éste recibían distintos nombres. Así, había “aguadores de batea”, “azacanes de carretillo”, “aguadores de burro” o “cantareros de azacán”. Los más pudientes transportaban los cántaros en carros tirados por burros o mulas y los había que transportaban el agua en grandes barriles, los “aguadores de cuba”.
Tras el descubrimiento de América, los españoles exportamos este oficio allí, que bajo el nombre de “aguateros” perduró hasta finales del s. XIX e incluso hasta bien entrado el s. XX.

La literatura española del Siglo de Oro nos aporta muchas noticias sobre los aguadores, como podemos ver en las obras de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo… y también en la novela picaresca, pues este oficio fue ejercido, en algún momento de sus azarosas vidas, por los más ilustres pícaros de nuestras letras como el Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache.  
Tiempo después, Galdós en su obra La Corte de Carlos IV, cita a uno de ellos: “Pedro Collado, el aguador de la fuente del Berro”.
También los grandes pintores, como Velázquez y Goya, dieron testimonio de ellos en algunas de sus grandes obras.

Al igual que otras ciudades, Zaragoza, a pesar de contar con tres ríos, Ebro, Gállego y Huerva, no tuvo ni una sola fuente pública hasta la mitad del S.XIX.  Durante unos mil quinientos años no existió en la ciudad una red de suministro de agua potable ni de alcantarillado, viéndose obligados  los habitantes a arrojar todo tipo de desperdicios a la calle. Por esta y otras razones, las numerosas acequias que atravesaban la población eran absolutamente insalubres y la capa freática que proporcionaba el agua a los pozos de las casas, estaba contaminada, por lo que sólo se utilizaba para las labores domésticas. Los aguadores fueron los que, durante todos esos siglos, abastecieron de agua potable a los ciudadanos, existe constancia documental de ellos desde el siglo XVI.  
También sabemos que en 17861 ejercían la profesión de aguadores ciento cincuenta hombres que contaban con unos quinientos burros para el reparto, los cuales podían transportar seis cántaros cada uno.
Como en otros lugares, estaban agrupados en un gremio y su trabajo reglamentado, además de por su propio estatuto, por ordenanzas municipales al ser un servicio público. En algunos momentos estas ordenanzas fueron muy estrictas respecto a la calidad del agua y la capacidad de los cántaros, para evitar fraudes.
Recogían el agua del Ebro o del Gállego, en las zonas donde había más corriente, a las que accedían por medio de barcazas o “andadores de madera”, en manantiales o bien de las propias acequias en zonas fuera del casco urbano. Pero la picaresca siempre existió y muchas veces, para ahorrar tiempo y esfuerzo, la cogían de las contaminadas orillas de los ríos o de lugares de muy dudosa salubridad lo que causó muchos problemas sanitarios y sanciones.

Gracia Albacar, nos habla de ello en su libro2 , dice que existían “… aguadores con carro y cuba grande que iban a recoger el agua a la acequia de la Romareda, junto a la Facultad de Medicina, a la acequia del Rabal, al Ebro y algunas veces al Gállego, exigido así por los parroquianos, que pagaban muy a gusto el correspondiente sobreprecio”. El agua de este río era muy valorada pues “… en el mes de enero traían el agua clara, el agua de nieve, del Gállego, tomándola más arriba del puente de Santa Isabel”.

Al igual que otros gremios, los aguadores vivían agrupados en una calle a la que dieron nombre. Todavía existe hoy y lleva el mismo nombre desde hace muchos siglos: la calle Aguadores.
Está calle, de origen medieval, está situada en el barrio de San Pablo y discurre, perpendicular al Ebro en dirección norte-sur, en origen iba desde la calle Predicadores hasta la de Cantarerías, hoy Pignatelli, otra calle en la que se agrupaba un gremio muy relacionado con los aguadores. En 1863 los cambios introducidos en la toponimia urbana redujeron la calle Aguadores al tramo comprendido entre la de Predicadores y la de San Blas y el resto recibió el nombre de Mariano Cerezo, héroe de los Sitios, por haber vivido en ese lugar.
Para facilitar a los aguadores la salida de la ciudad al Ebro se abrieron, a lo largo de los tiempos, varios treques y postigos en sus murallas, todavía hoy el nombre de una calle que prácticamente es continuación de la de Aguadores, recuerda a uno de ellos: la calle Postigo del Ebro.
El esfuerzo que suponía la recogida del agua potable se vio aliviado en el verano de 1840 con la inauguración de la fuente de La Princesa. Situada en la actual plaza de España, era la primera fuente pública que existía en plena Zaragoza desde el tiempo de los romanos y supuso un gran cambio para los aguadores que ya no tenían que hacer penosos desplazamientos para conseguir el agua, pues podían proveerse de ella en la propia ciudad. A la fuente acudían nutridos grupos de “aguadores de burro”, formando un gran bullicio. Fue ésta una estampa típica de la Zaragoza de la segunda mitad del S.XIX.
Pero en realidad esto fue la antesala del final de esta milenaria profesión. En el último tercio de ese siglo XIX, poco a poco, se fueron instalando fuentes en diferentes zonas de la ciudad y, para ahorrarse un dinero, la gente recogía en ellas el agua personalmente, con lo que los aguadores perdieron demanda y su trabajo fue mermando.

“Con las fuentes- decía ayer uno de los supervivientes-nos vamos yendo nosotros también”  

Así recogía el diario Heraldo de Aragón en un artículo3, publicado en octubre de 1933, el testimonio de dos viejos aguadores que contaron al periodista las penalidades de su trabajo y la colaboración que hacían los aguadores en los casos de incendio: el “señor Gregorio” y el “señor Ricardo”, que fueron los últimos que existieron en Zaragoza.
La paulatina instalación de la red de agua potable y alcantarillado acabó inexorablemente con la existencia de milenio y medio de aguadores, el oficio tocaba a su fin.
No sabemos quién fue el primer aguador, pero si sabemos quién fue el último, así se lo contó el “señor Ricardo” al periodista:
“Yo -fui, yo- nos dice- el último aguador que dejó el oficio. Con este carro y esta burrica que usted ve, estuve trajinando hasta hace pocos años”.  Era 1933.

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1.-Blazquez, C. (2008). “Zaragoza dos milenios de agua”. Segunda edición 2006. Zaragoza. Editorial Acualis.
2.- Gracia Albacar, M. (2019). “Memorias de un zaragozano (1850-1861)”. Zaragoza. Institución Fernando el Católico.
3.- En uno de los paneles informativos del Museo del Teatro de Cesaraugusta, aparece la reproducción del citado artículo de Heraldo de Aragón, que también Blazquez recoge en su libro.

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