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Palacios aragoneses


¿Sabías que...las casas-palacio aragoneses tenían habitaciones de invierno y verano?

Palacio de los condes de Argillo (1661)
En las casas-palacio había habitaciones de invierno y de verano.

En el siglo XVI los inviernos eran todavía más largos y fríos debido a la "pequeña edad del hielo", que asoló el hemisferio norte durante varios siglos
Como estamos viendo estos días, Zaragoza en invierno es una ciudad fría y húmeda. 






CASA-PALACIO DE LOS  MARQUESES DE MONTEMUZO
C/. Santiago, 36, Zaragoza

Situada en el centro del valle, a orillas del río Ebro, Huerva y Gállego, las nieblas envuelven las casas, dejándonos temperaturas muy bajas mientras que en el resto del país pueden disfrutar de un tiempo casi primaveral. Sin embargo, en verano, el sol cae “a plomo” resecando el ambiente y haciendo subir el termómetro hasta los 40ºC.
En el siglo XVI los inviernos eran todavía más largos y fríos debido a la "pequeña edad del hielo", que asoló el hemisferio norte durante varios siglos (el Ebro se heló varias veces entre el siglo XVI y el XVIII). Así pues, los zaragozanos ricos, que construyeron sus casa-palacio unifamiliares por toda la ciudad, sabían muy bien qué características debían tener sus viviendas para sobrellevar las inclemencias del tiempo.


Las casas solían tener tres pisos para los distintos usos del propietario:
  • una planta baja o entresuelo
  • una planta principal alrededor de un patio interior a la que se accedía por una ancha escalera  y
  • una planta superior o desván


Palacio de los condes de Argillo (1661).
 Hoy  museo Pablo Gargallo.
¿Cómo eran, entonces, las casas-palacio zaragozanas a lo largo del siglo XVI?

Cada propietario diseñaba su casa según sus medios económicos y sus gustos personales, como es natural. También influía la moda de la época así como el arquitecto encargado de la obra. Pero, a pesar de todo, los llamados “palacios aragoneses” presentaban unas características comunes que vamos a enumerar de abajo a arriba:


  
   En todas las casas había unos sótanos o subterráneos que servían como bodega, para almacenar alimentos, aceite, etc. por ser un lugar fresco y a temperatura constante. Estas bodegas, a veces, servían también de comunicación de unas casas con otras.
    Las casas tenían unas zonas destinadas a establos, corrales e incluso podían tener huertos. Estos últimos, además de proporcionar alimentos, servían también para el esparcimiento de la familia.


Casa de Miguel Donlope, sede de la Real Maestranza

La casa-palacio propiamente dicha solía dividirse, como se ha dicho, en tres plantas:

-      PLANTA BAJA:      

    En esta planta se localizaba la entrada al edificio. A través de un pequeño espacio que servía de recibidor se llegaba al patio, eje central de la casa. Aquí, “entresuelo”, se distribuían los talleres de artesanos y podían localizarse algunas habitaciones destinadas a dependencias de verano. Las ventanas, por el exterior, solían tener una reja.




PLANTA PRINCIPAL:

.   Subiendo una ancha escalera, se llegaba a los salones y dormitorios. En esta planta las habitaciones para recibir y celebrar las fiestas se localizaban centradas en la facha con amplios ventanales
y   junto a ellas se encontraban las habitaciones que servían de dormitorios. Se abrían por el interior a un corredor que a modo de  claustro recorría el patio. En ella se encontraban los salones para recibir a las visitas, celebrar fiestas, bailar, etc. y junto a ellos las habitaciones que servían de dormitorios. Estas dependencias eran habitadas durante el invierno, pues estaban alejadas de las humedades y el frío de la calle.





PLANTA SUPERIOR:


Se encontraba bajo la cubierta. Allí se localizaba el desván, un espacio destinado a usos privados como almacenaje, aunque si hacía falta espacio podía tener también alguna habitación.  Al exterior, la ventilación se realizaba por medio de vanos estrechos. Esta planta se denominaba “falsa cubierta” y a las ventanas, mirador.

A principios del  siglo XVI no era costumbre usar vidrio en las ventanas, ya que era un material muy caro. En su lugar los vanos se cubrían con papel encerado o, a veces, alabastro que traían por el Ebro desde la localidad de Gelsa, aguas abajo. También era costumbre (como se ha venido haciendo en los pueblos hasta hace poco) poner en los huecos cuatro hojas de madera para poder abrir indistintamente los de arriba o los de abajo, según las necesidades. 
Todo el edificio se remataba con un alero, llamado de “cabezales” (ménsulas) y “cañuelos” (piezas que sostenían las tablas de cierre y formaban el vuelo). Estos aleros eran verdaderas obras de arte.



Dadas las características de nuestra ciudad y del terreno que tenemos alrededor, el material utilizado para la construcción de estos edificios era siempre el ladrillo o “rejola”, fabricados en las afueras de la ciudad,  aunque cuando hacía falta piedra se recurría a la de la muralla romana.

La madera empleada, sin embargo, se traía directamente del Pirineo por los afluentes del Ebro hasta llegar a Zaragoza o bien en carros desde otros puntos.


Finalmente, a pesar de estar acostumbrados a ver estas casas-palacio con el ladrillo a cara vista, lo normal era dar sobre él una capa de yeso.

María José Germán


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