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El cerdo de San Antón

¿Sabías que ... en Zaragoza se rifaba un cerdo el día de San Antón?





Las celebraciones ligadas al día de san Antón, 17 de enero, siempre me interesaron, me parecen muy curiosas e interesantes, hogueras por todo el país, bendiciones para los animales domésticos, multitud de refranes…Todo ello hunde sus raíces en tiempos lejanos, quizá tan lejanos que tengan que ver algo con lo pagano, con el hecho de que los días ya van creciendo…



Escultura del cerdo de San Antón  (Espesante, La Coruña)


Pero hoy no vamos a hablar de hogueras, vamos a hablar de cerdos, de una historia tan curiosa como poco conocida.

Nuestro padre nos relataba que su abuela le contaba que antaño, el día de San Antón, se rifaba un cerdo entre los zaragozanos, animal que previamente había sido paseado, por toda la ciudad en un carro para que todos lo vieran y se animaran a participar en la rifa del animal comprando boletos para el sorteo del mismo.

Pero, ¿Cuál fue el origen de la rifa y su finalidad?

La orden de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, estaba dedicada al cuidado de los enfermos, en nuestra ciudad el convento-hospital era de fundación muy antigua, seguramente del s. XII y estaba situado junto a la puerta romana de Toledo.
A lo largo de los siglos,  los Antonianos se dedicaron al cuidado de los enfermos pero en 1777 el papa Pio VI unió esta congregación a la Orden de Malta, desapareciendo definitivamente en España en 1791 por orden del mismo papa Pío VI.
Desde ese momento, los religiosos del convento zaragozano quedaron sin los recursos necesarios para poder atender a los enfermos por lo que hicieron colectas e idearon la rifa anual de un cerdo para obtener el dinero necesario.


Victor Azagra en su libro Cosas nuevas de la Zaragoza vieja recoge estos curiosos hechos y nos habla de cómo el cerdo en cuestión campaba a sus anchas todo el día por el barrio de San Pablo y la zona del mercado.
¿Se imaginan el espectáculo? Un cerdo recorriendo la ciudad a su libre albedrío, entrando por cualquier rincón y comiendo cualquier cosa que encontraba. Esto era así para que fuera alimentado por los vecinos que le obsequiaban diariamente con todo tipo de desperdicios por lo que el animal ganaba de día en día abundante peso.
Para poder ser identificado iba provisto de una campana al cuello, que a la par alertaba de su presencia. Nadie osaba apoderarse de él ni hacerle ningún daño, era una especie de ley no escrita, había que dejarlo a sus anchas pues estaba destinado al sorteo y todos soñaban con hacerse con tan preciado regalo.
Relata Azagra que el cerdo llevaba tan regalada vida que los jornaleros del campo solían decir:
“Más vale ser tocino de San Antón , que criado de labrador”

Pero llegado el 28 de diciembre las cosas cambiaban, el cerdo se había convertido ya en un animal grande, gordo, lustroso y apetecible y dentro de una jaula de madera, colocada sobre un carro del que tiraba un burro de lento avanzar, era exhibido por las calles de Zaragoza a toque de campana, anunciando la venta de los boletos para el sorteo.  Y como la necesidad rondaba la vida de la mayoría de los ciudadanos, éstos siempre que podían, reunían algún dinerillo para probar suerte.   
El sorteo se celebraba l 17 de enero, festividad de San Antón, el santo patrón de los Antonianos, en la puerta del convento que daba a la plaza del mismo nombre.
Era todo un acontecimiento ciudadano y generalmente, como la persona agraciada no solía tener lugar y medios para la matacía, el cerdo era vendido a un carnicero, por cuya venta obtenía una buena suma, pues la carne del animal era muy buscada por quienes podían comprarla.

El dinero recaudado en la rifa era importante y por eso se mantuvo a pesar del paso del tiempo y de la desaparición total de los religiosos antonianos,  pasando a depender del Hospital de Nuestra Señora de Gracia con la misma finalidad, prolongándose “el sorteo del cerdo de San Antón”  hasta 1890, fecha en la que fue promulgada una ley que prohibía las rifas.

Hoy es sólo un recuerdo, un lejano recuerdo ya prácticamente olvidado,  casi imposible de imaginar, en los últimos cien años la vida y la ciudad han cambiado tanto… 



Rosa M. Germán

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